martes, 22 de noviembre de 2011

CON PELUCA II


En el último "Rincón de moda" nos habíamos quedado en los inicios del Rococó, cuando la extravagancia de la nobleza culminó en lo alto de una maraña de pelo.
Sin lugar a dudas, si algo caracteriza el “look” de la época son las pelucas, mediante las cuales se diferenciaban las clases sociales. Burguesía y nobleza empleaban todos sus recursos para dar la mejor imagen social, puesto que, unos y otros, tenían en realidad menos capacidad económica que la que querían aparentar, y la que tenían era resultado de alianzas adecuadas o matrimonios de conveniencia.
Eran tiempos en los que la higiene no se consideraba una facultad indispensable y la idea de que la limpieza evitaba enfermedades aún no se había extendido; algunas versiones relatan que las  enfermedades venéreas como la sífilis proliferaban en los palacios y cortes, y sus secuelas, como la caída del pelo o manchas en la piel,  eran disimuladas colocándose pelucas, maquillaje y guantes.
 También hay que tener en cuenta que, como consecuencia de la falta de aseo personal, los recargados peinados y las voluminosas pelucas se suponen llenas de piojos, o, como mínimo, grasientas.
En las pelucas y peinados se reflejaron los gustos estéticos del momento, así como un alarde de creatividad, cuya cumbre se coronaba con joyas, gasas, plumas, flores, cintas y otros elementos inimaginables.



 María Cristina, hermana de María Antonieta.

A más espectacularidad, mayor prestigio se ganaba socialmente, aunque eso obligase a las damas a agacharse para entrar en las carrozas, ya que su "espectacularidad" no les permitía hacer una vida normal.
Estos peinados eran  tan complejos que únicamente  se podían ejecutar con la ayuda de peluqueras y doncellas. Estas colocaban estructuras metálicas, almohadillas, trenzas de cabello y terminaban de armarlo con  joyas, frutas o verduras, dependiendo de la ocasión.


Gravado que, de forma cómica, reflejan la labor de los
 peluqueros  para llevar a cabo las pelucas.


El cabello era engrasado o, en algunos casos, existían unas cremas perfumadas para endurecerlo y no permitir que este perdiese la forma requerida. Si la dama era de abolengo se ahorraba todo el suplicio de tener que sentarse horas en su tocador para prepararse para un baile o una ceremonia, simplemente se ponía una peluca y bastaba.
 Las más exigentes o más vanidosas cuidaban su cabello lavándolo con aceites perfumados y, al momento de diseñar el peinado, hacían más voluminoso su propio cabello, adhiriendo metros de extensiones. A todo ese volumen también se le añadía cintas, perlas, flores, frutas, diamantes, esmeraldas; en fin, no había limite.


De entre "el mundo peluca" del Rococó, podríamos destacar el peinado llamado "le coiffure  pouff". Lo impactante de este curioso peinado es que, desde la raíz del cabello se elevaba casi un metro o hasta más, lo que nos daría una imagen de una mujer imponente al hacer su presentación en el salón.
Pero, lo curioso del pouf no solo fue su evidente tamaño, sino que en la cima del montículo de pelos, tenía un elemento decorativo que podía convertirse en el último grito en la moda de pelucas. En estas podían aparecer representados los últimos acontecimientos sociales. 
El pouf de María Antonieta, que impactó y dejó huella en los libros de historia y de moda como la mayor extravagancia, fue el "Pouf a la Independencia", celebrando el triunfo de los navíos franceses sobre los ingleses. 
Este peinado estaba compuesto por una réplica de un navío francés en la cima del pouf. 

Pouf a la Independencia.

El autor de esta extravagancia fue su fiel peluquero Leonard, quien cada mañana visitaba a su majestad para edificar una nueva construcción con un nuevo tema; por supuesto, este debía ser la noticia del día.
 Podían llevar casas, molinos, jardines, palacios, aves, todo lo imaginable; no había límite para esta moda. Hasta la Revolución se puso de moda. Cuando son saqueadas las panaderías de París, durante la crisis del hambre, esta frívola sociedad no sabe hacer nada más importante que mostrar este suceso sobre sus cabezas.
De esta moda tan exagerada nace la frase hecha: ser de alto copete.
También se dice “ser de mucho copete”, “de gran copete” o, simplemente, “de copete”.
 Se llamó copete al cabello que las damas encumbradas traían levantado sobre la frente, y al que subía unos palmos por encima de lo que era frecuente, se le llamaba alto copete.
 La expresión tiene su origen en esta moda de peinados y pelucas y a los sombreros muy elaborados de los siglos XVII y XVIII, propios de la gente de alta posición social. De aquí que “ser de alto copete” haga referencia a una persona de clase social elevada.
 También se suele calificar, en sentido peyorativo, “de alto copete” o “de alto copetín” al que se da importancia.
De esta época, si alguien destaca por sus extravagancias en lo tocante al lujo y la lapidación de las arcas reales, es la reina francesa María Antonieta.

María Antonieta.

Eran tan desmesurado su gusto por el lujo y su perdición por ir a la moda que su madre, María Teresa de Austria, le envió una carta para darle un toque de atención. Lo que sigue son parte de sus palabras:

«No puedo impedirme de tocar un punto que, con mucha frecuencia, encuentro repetido en las gacetas: me refiero a tus peinados. Se dice que, desde la raíz del pelo, tienen treinta y seis pulgadas de alto, y encima aún hay plumas y lazadas».

Pero ni las palabras de su madre frenaron su lujosa vida
Con la llegada de la Revolución Francesa, en 1789, finalizó la ostentación de estos siglos, y la sencillez y la comodidad, a las que las clases bajas nunca habían renunciado, se impusieron por encima de las costumbres sofisticadas, que fueron despreciadas por los revolucionarios. 
Las pelucas desaparecieron por completo y volvió el gusto por el pelo natural. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario