Con la llegada del siglo XIX vuelven a utilizarse las estructuras par dar volumen a las faldas. Es en este siglo cuando la moda da rienda suelta a su creatividad; como consecuencia el espacio que una mujer ocupaba en una estancia aumenta haciendo su trato con los demás complicado y cómico.
Tras la silueta cómoda y etérea del Neoclásico, comienza el Romanticismo, a mediados del siglo XVIII y marcando profundamente el XIX, con una silueta curiosa: hombros caídos, mangas ampulosas, faldas voluminosas y cabezas cubiertas por capotas excesivamente adornadas.
Indumentaria propia de principios
del siglo XIX.
Sería en la Era Victoriana (1837-1870) cuando las ballenas y los hierros vuelvan a habitar debajo de las faldas de las mujeres.
A principios del siglo XIX el volumen de las faldas se conseguía con la colocación de numerosas capas de enaguas lo que hacía la indumentaria pesada e incómoda.
Con la aparición del miriñaque las faldas redujeron sus capas y peso, pero fueron ganando con el paso del tiempo en diámetro.
Hacia 1830 aparece una falda rígida realizada en un tejido cuya trama era de crin de caballo y la urdimbre de lino o algodón; en el bajo llevaba un aro de ballena que le daba forma redondeada. Esta falda era conocida como crinolina y era el antecesor del miriñaque.
Alrededor de 1850, una situación generalizada de prosperidad en la economía europea, impulsó una mayor complicación en el vestido; las faldas fueron agrandándose, efecto que se consiguió, en un principio, incrementando el número de enaguas que se colocaban por debajo de la falda. La incomodidad y el peso generado por estas enaguas, llevaron a que se diseñara la crinolina en 1856.
La gran impulsora y difusora en Europa de la crinolina fue la emperatriz Eugenia de Montijo (nacida en Granada, fue emperatriz de Francia al casarse con Napoleón III), durante el Segundo Imperio Francés; desde allí se introdujo en España, coincidiendo con el reinado de Isabel II, siendo denominada como miriñaque.
La Emperatriz Eugenia de Montijo.
Los miriñaques fueron usados de forma intensa y en su extravagante forma original alrededor de los años 1856 a 1866, alcanzando su máximo tamaño alrededor de 1860. Desde entonces, el término se ha utilizado para designar los variados inventos utilizados para sostener las faldas holgadas hacia diferentes direcciones.
Representación actual de un
miriñaque.
En los últimos años
de la década de 1850, el tamaño de las faldas se desmesuró tanto con el uso del
miriñaque que impedía a dos mujeres entrar juntas en una habitación o sentarse
en un mismo sofá, ya que los volantes de las faldas lo evitaban.
Para evitar mostrar
las piernas por accidentes provocados por el viento, las mujeres solían llevar
por debajo unos pantalones que llegaban hasta los tobillos, normalmente
acabados en encaje, que en ocasiones asomaban por debajo de la falda, en señal
de elegancia.
Grabado que hace burla del uso
de la crinolina y sus peligros.
Este tipo de estructura ya no será
exclusivo de las clases altas, como ocurrí en épocas pasadas con sus antecesoras. La prensa y las
fábricas harán que todas las mujeres deseen vestir una crinolina; hasta los
diarios venderán patrones para que las mujeres las confeccionen en sus casas.
Esta revolución en la moda asalta
a todas las esferas sociales: damas, sirvientas, obreras de fábricas,
campesinas... todas visten crinolinas, de todos los tamaños, llegando muchos
modelos de lujo a alcanzar diámetros de 1.80 m.
Por supuesto, si bien la crinolina
era más ligera e higiénica que las enaguas de crin, no por ello era más cómoda:
cruzar puertas era un tormento, bajar de un coche lo mismo, las ráfagas de
viento podían levantarla completamente e incluso sentarse podía ser un
peligro... lo peor es que era altamente combustible y podía prenderse en un
santiamén.
Se dice que muchas obreras de las fábricas de la época murieron
trituradas por las máquinas cuando los aros de sus crinolinas se atascaban con los
peligrosos mecanismos.
Ilustración que hace referencia a un accidente
por causa de un miriñaque.
Al contrario de lo que se pueda pensar, el miriñaque
no fue una imposición cuyo objetivo era satisfacer el gusto masculino, todo lo
contrario. Eran ellas, y no los varones, las entusiastas a favor del miriñaque. Por lo general los caballeros encontraban que esa moda era estúpida.
Las mujeres usaron estos
artefactos para afinar el talle y realzar el busto. Sumado al corsé, esto creaba la ilusión de una cintura pequeña.
Secuencia de una mujer vistiéndose.
A mediados de 1860, el miriñaque evolucionó, dejando la parte delantera de la falda de forma recta, acumulando la crinolina en la parte de la espalda.
Es entonces cuando se convierte en media crinolina.
Silueta obtenida con el uso
de la media crinolina.
Esta evolución abrirá el camino hacia una nueva silueta femenina que pondrá fin, tras su caída en desuso, a las estructuras en las faldas.
Comenzará la época del polisón.
Pero su historia os la contaré en el próximo post de
"UN RINCÓN DE MODA"